Conversando con una muchacha evangélica acerca de religión reflexioné acerca de varios puntos que parecen banales pero que una vez que los analizas no lo resultan tanto. Veamos, en la religión católica se nos presenta a Jesús con el cabello largo y en la religión evangélica lo presentan con el cabello corto, ahora bien, lo importante para mí no es el porqué de esta situación sino el ¿por qué no podemos cuestionar? ¿Qué pasaría si en una ceremonia regular de la iglesia evangélica algún miembro se levanta y dice que él piensa que Jesús tenía el cabello largo? O ¿qué sucedería si en plena celebración de una misa católica algún creyente se levanta y dice que tiene serias dudas acerca de la virginidad de maría, que cree en Jesús pero que tiene dudas de la virginidad de maría? Lo del cabello de Jesús y la virginidad de maría son sólo dos ejemplos para ilustrar mi punto de vista, y ¿cuál es ese punto? Muy fácil, en realidad si eres creyente de alguna iglesia o doctrina religiosa todo está bien siempre y cuando asientas pasivamente a sus verdades y las aceptes como tales (porque así está escrito, porque siempre ha sido así, o por cualquier otra explicación) sin el beneficio de la duda. Hay una lectura que le queda como anillo al dedo a lo que quiero decir, a continuación les coloco un extracto de la misma: “…Ni confundas la religión de la autoridad con la del espíritu. Algún día, todos los mortales comprenderán que sólo la carrera de la experiencia y de la búsqueda personal es digna de la «chispa» divina que os alimenta a cada uno de vosotros. Hasta que las razas no evolucionen, el mundo asistirá a esas ceremonias religiosas, infantiles y supersticiosas, tan características de los pueblos primitivos. Hasta que la humanidad no alcance un nivel superior, reconociendo así las realidades de la experiencia espiritual, muchos hombres y mujeres preferirán las religiones autoritarias, que sólo exigen el asentimiento intelectual. Estas religiones de la mente, apoyadas en la autoridad de las tradiciones religiosas, ofrecen un cómodo cobijo a las almas confusas o asaltadas por las dudas y la incertidumbre. El precio a pagar por esa falsa y siempre provisional seguridad es el fiel y pasivo asentimiento intelectual a «sus» verdades. Durante muchas generaciones, la tierra acogerá a mortales tímidos, temerosos y vacilantes que preferirán este tipo de «pacto». Y yo te digo que, al unir sus destinos al de las religiones de la autoridad, pondrán en peligro la sagrada soberanía de sus personalidades, renunciando al derecho a participar en la más apasionante y vivificante de todas las experiencias humanas: la búsqueda personal de la verdad y todo lo que ello significa…”
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